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Hasta dónde el cliente “siempre” tiene la razón


A medida que nuestro desempeño profesional avanza, nos encontramos con nuevos desafíos e inquietudes a resolver que son inherentes a nuestro trabajo y, en muchos casos, a nuestra ética profesional.

Desde mi punto de vista, uno de ellos es establecer hasta dónde el cliente “siempre” tiene la razón.

Para fundamentar mi análisis, me he basado en mi propia experiencia y también en la de otros colegas con quienes he conversado. Todos tenemos muy presente que el cliente es quien paga por el trabajo que realizamos y, por consiguiente, es fundamental, al igual que en cualquier otra materia, que el cliente esté satisfecho con el trabajo terminado; y, en lo que concierne a la traducción, esto incluye las preferencias del cliente.

Ahora bien, existen casos en los cuales las preferencias del cliente no resultan ser ningún problema para nosotros. Podríamos llamarlas “preferencias de estilo”. Pero, ¿qué ocurre si lo que el cliente prefiere va en contra de la correcta labor del traductor?

Aquí van dos situaciones, a modo de ejemplo: a) el cliente solicita al traductor que todas las palabras que componen los títulos que contiene el texto comiencen con mayúscula. Esto resulta ser muy común en inglés pero en español, no es correcto; b) el cliente solicita al traductor que mantenga para los números la misma puntuación que posee el original, es decir, en idioma inglés. Estas y otras situaciones pueden aparecer durante nuestra vida profesional y, por ello, deberíamos estar preparados para resolverlas.

Considero sumamente importante que, ante un acontecimiento de esta índole, el traductor tenga comunicación directa con el cliente y, por otro lado, esté bien informado sobre el proyecto en el cual trabajará; es decir, que conozca la audiencia a la cual se destina la traducción, si es un ámbito formal o informal, si se destina a hispanohablantes que residen en los Estados Unidos, si se deberá utilizar un español neutro o no, etc.

En ciertos casos y, considerando que debemos cumplir con la satisfacción al cliente, podríamos “negociar” estas preferencias. Sin embargo, también debemos adherirnos a las normas gramaticales, de sintaxis y ortográficas (base fundamental para cualquier traductor), entre otras.

Para esto, lo primero que debemos hacer, frente a esta situación es plantearle al cliente, de forma muy cordial, que entendemos su pedido pero que, desafortunadamente, no es correcto en el idioma español. Así, le brindamos al cliente la posibilidad de que cambie su elección (en caso de no haber sabido esto antes) o de ratificar su preferencia aún sabiendo que no debería ser así.

Pero, ¿hasta qué punto podemos negociar? La respuesta a esta pregunta es muy personal y depende de los factores mencionados anteriormente y de varios otros.

Cada caso es particular y, por otro lado, cada quién es libre de manejar esto como más le plazca. Algunas veces será más fácil y otras nos parecerá imposible pero el punto es conocer nuestro límite, saber hasta dónde estamos dispuestos a ceder a fin de lograr que el cliente esté conforme con el trabajo final sin perjudicar el uso correcto del idioma y siendo éticos con nuestra profesión y leales con nosotros mismos.

Lograr un buen trabajo que brinde plena satisfacción al cliente y que nos permita reivindicar nuestra profesión; negociar sin aceptar lo inaceptable y seguir nuestros principios éticos que, en definitiva, son los que marcan el camino, la dirección y el futuro de la profesión que hemos elegido.

T.P. Valeria Iacuccio

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